Mi abuelo se volvió loco

Para nosotras fue de un día para el otro porque la bancó todo lo que pudo hasta que un «brote psicótico» lo mandó al frente. Después, supimos que su cerebro había estado hacía una década en descomposición y que la ficha no saltó antes gracias a sus «desarrolladas capacidades sociales». Enrique había sido, toda la vida, un chamuyero.

Cuando me enteré, sentí culpa y creí reconocer, entre mis recuerdos, algunos pedidos de auxilio. Era evidente que estaba perdido en su cabeza. Cada tanto le costaba encontrar una palabra o sus anécdotas tomaban un giro radical. Pero siempre había sido así, al menos para mi.

Diez años tuvo menguando una cordura que yo no le había atribuido en primer lugar. Quizá por eso, cuando ya había perdido casi del todo el sentido que solemos empeñarnos en encontrar en las personas y sus discursos, yo seguía reconociendo un hilo conductor entre las historias que había escuchado en mi infancia y las de ahora, frente a un viejo flaco rodeado de locos repetitivos obstinados con seguir viviendo.

Registro de la última navidad que pasamos todos juntos, en 2015, mientras aprendía a usar la cámara.