Metamorfosis

Después de días sin mirar

busqué mi reflejo en una vidriera

me sorprendió comprobar

que ya no tenía piel.

En su lugar, una coraza negra y brillante

como la de un cascarudo

me mantiene erguida

y amenazante.

Al igual que un bicho de esos

estuve bajo tierra

comiendo raíces

entre mierda propia y ajena.

Ahora que salí, tengo tiempo. Me cuento los dedos:

cinco en cada mano, cinco en cada pie.

Tengo tiempo, nadie depende de mí.

Abandoné a cada uno de mis hijos.

Los Hermanos todavía se ocupan

de envenenar el aire de sus vecinos

que gritan y se retuercen

sosteniendo carteles que nadie va a leer.

Los miro de lejos, como siempre

en silencio, como siempre

ahora con otro cuerpo

de insecto cicatrizado.

Los cascarudos callamos

tratamos de olvidar

mientras decidimos

el color de nuestras uñas.

Ojalá las hubiera tenido bien largas

pintadas de rojo o un azul bien químico

para quedarme con algo de su carne

y devolverles el favor.