Como una moneda de bronce
molestando en el bolsillo
chiquita y pesada, la vieja angustia
en el pecho
se hunde hacia atrás
me despierta
entreverada en las vértebras.
Se queda un rato
pellizcando
anhelos y culpas
encarnadas.
Me alcanza apenas:
una coca de vidrio, en silencio seco
para pasar
lo amargo.