Agua salada: registro de un viaje improvisado.
Estábamos recorriendo los lagos del sur argentino cuando caprichosamente decidimos visitar el mar del otro lado de la cordillera. Manejamos una noche entera y amanecimos siguiendo a ciegas el pedazo de azul que veíamos en el mapa. Llegamos azarosamente a Curiñanco, un pueblito de 280 habitantes cuya existencia ignorábamos hasta entonces. Acampamos en el jardín del señor Mario, que nos retaba si dejábamos la tranquera abierta porque podían ingresar «animales bovinos». La idea de una vaca frente al mar me sigue proporcionando una irracional alegría. Nos quedamos varios días y nunca vimos una persona en la playa. Apenas la sombra de algún pescador, muy lejos, a través de la bruma.